Muchas personas entran a nuestra vida, unos sin tocar la puerta y se quedan dentro, muy dentro de los recuerdos, otros pasan de una manera fugaz sin dejar huella, se marchan, pero terminamos recordándolos por la forma rápida que los conocimos. Pero son pocos los que se quedaron.
Si hubieran categorías de amigos tuviera de todas, aunque la palabra amigo esté muy devaluada, yo sigo creyendo que hay personas que tienen un buen corazón para aguantar todas la vicisitudes de la amistad. Y es que la amistad no es para resolverle la vida a la otra persona, es solo para tener alguien que te escuche, alguien con quien reír, llorar, alguien con quien conversar o simplemente dos personas que se aconsejen mutuamente.
Con tanta red social han vendido la palabra amigo como alimento a punto de vencer, con solo aceptar una invitación ya somos amigos, pero solo virtuales, porque los verdaderos amigos son con los que me enojo y terminamos sonriendo de las estupideces por las que sucedió ese enojo, los que se fueron, regresaron y nos da alegría volver a verlos, los que no tenemos los mismos gustos y creencias o aquellos que les llega una tragedia y terminamos con ese mismo sentimiento de tristeza, es cuando la amistad termina fortaleciéndose.
No busque manuales, libros o recetas para ser un buen amigo. Un amigo es quien improvisa cuando te ve y termina gustándote esa forma de tratarte, hasta el punto que terminas contándole historias que no deberías decírselas, pero confías. Verdaderos amigos tengo cinco y uno de ellos soy yo.