domingo, 13 de mayo de 2012

Amor y nada más


La tarde se había entristecido después de un sol infernal el cielo se oscureció como si el mundo se iba a terminar en el minuto siguiente. El pueblo parecía sin vida, como si era habitado por fantasmas, un aire huracanado y fresco recorría las calles de norte a sur levantando recuerdos de cada habitante y un paraguas que volaba en lo más alto del pueblo.

Se avecinaba un aguacero que era capaz de hundir los edificios más altos del mundo mientras tronaba hasta dejar sordo y aturdido el corazón. Y aquel paraguas seguía en el cielo talvez como indicando alguna catástrofe que podía ocurrir. Comenzó a llover y con ello comenzaron a florecer los arboles, las aves cantaban con alegría, el cielo comenzó a brillar junto a aquel paraguas negro que no bajaba, se mantenía abierto y girando en su propio eje.

Llovió tanto que las calles parecían ríos arrastrando basura, sonrisas, lágrimas y recuerdos de aquellos habitantes que no veían llover sobre su pueblo desde que le abrieron los ojos a la vida. Un hombre alto de sombrero vaquero y botas, con barba grande y cerrada caminaba con un cigarrillo encendido bajo la lluvia con un paso de funeral y por en medio de aquellas corrientes de agua dignas de un rio embravecido por la furia de dios, nadie lo había visto hasta ese momento en aquel pueblo, tarareaba una canción que nadie supo cual era.

Aquel hombre llego hasta el cementerio, tarareando canciones y fumándose el cigarrillo, donde estaba una niña vestida con toda la tristeza del mundo, llovía más en el corazón de esa niña que en el pueblo, con un rostro desencajado, bañada más por las lágrimas que por la misma lluvia, apenas tenía tres años, le puso su mano en la espalda, le dio un beso en la frente, mientras ella le recitaba  poemas a su madre muerta que yacía en aquel sepulcro rodeado de olvido.

Después de aquel beso en la frente el hombre desapareció sin dejar rastros, la lluvia termino por completo y el sol comenzó a brillar en todo su esplendor, el cielo se vistió de azul intenso y el paraguas estaba en manos de aquella niña que sola y triste caminaba, sin rumbo, en busca de los recuerdos de aquella madre que murió para poder traerla al mundo.