La tarde se había entristecido después de un sol infernal el
cielo se oscureció como si el mundo se iba a terminar en el minuto siguiente. El pueblo
parecía sin vida, como si era habitado por fantasmas, un aire huracanado y
fresco recorría las calles de norte a sur levantando recuerdos de cada
habitante y un paraguas que volaba en lo más alto del pueblo.
Se avecinaba un aguacero que era capaz de hundir los edificios más altos del mundo mientras tronaba hasta dejar sordo y aturdido
el corazón. Y aquel paraguas seguía en el cielo talvez como indicando alguna catástrofe
que podía ocurrir. Comenzó a llover y con ello comenzaron a florecer los
arboles, las aves cantaban con alegría, el cielo comenzó a brillar junto a
aquel paraguas negro que no bajaba, se mantenía abierto y girando en su propio
eje.
Llovió tanto que las calles parecían ríos arrastrando
basura, sonrisas, lágrimas y recuerdos de aquellos habitantes que no veían
llover sobre su pueblo desde que le abrieron los ojos a la vida. Un hombre alto
de sombrero vaquero y botas, con barba grande y cerrada caminaba con un
cigarrillo encendido bajo la lluvia con un paso de funeral y por en medio de
aquellas corrientes de agua dignas de un rio embravecido por la furia de dios,
nadie lo había visto hasta ese momento en aquel pueblo, tarareaba una canción que
nadie supo cual era.
Aquel hombre llego hasta el cementerio, tarareando canciones
y fumándose el cigarrillo, donde estaba una niña vestida con toda la tristeza
del mundo, llovía más en el corazón de esa niña que en el pueblo, con un rostro
desencajado, bañada más por las lágrimas que por la misma lluvia, apenas tenía
tres años, le puso su mano en la espalda, le dio un beso en la frente, mientras
ella le recitaba poemas a su madre
muerta que yacía en aquel sepulcro rodeado de olvido.
Después de aquel beso en la frente el hombre desapareció sin
dejar rastros, la lluvia termino por completo y el sol comenzó a brillar en
todo su esplendor, el cielo se vistió de azul intenso y el paraguas estaba en
manos de aquella niña que sola y triste caminaba, sin rumbo, en busca de los
recuerdos de aquella madre que murió para poder traerla al mundo.