Desperté con una erección cuando escuche la voz de la mujer que estuve diseñando en cada poema, acompañada del sonido de la armónica del viejo que siempre tocaba en la esquina del barrio, cantaban algo de Sabina, creo.
Se escuchaba tan hermoso que el sol entraba por la ventana e iluminaba la habitación al ritmo de la armónica, eran como las 6:15 de la mañana, hora propicia para recibir malas noticias, del año donde los alimentos se habían escaseado y por lo visto las novias también porque yo seguía soltero en mi cama.
Mire por la ventana y estaban rodeados por los niños que iban para la escuela y solo se detenían para aplaudirles por tan maravilloso sonido, el viejo ya tenía la cara marcada por todos los lugares que había recorrido con la armónica.
La armónica tocaba lo que el viejo pensaba como algo automático. Salí inmediatamente para ver la joven y saber si era la mujer que había estado escribiendo, era ella, de cabello rubio con labial color carne exhortándome a besarla, de ojos color miel con la figura de la tinta con la que había diseñado cada poema.
Les pedí que tocaran La Canción más hermosa del mundo de Joaquín Sabina, sonrieron y comenzaron a cantar, hasta desbordarme el alma. Al terminar me tomó de la mano y me beso mientras el viejo seguía tocando la armónica.
La lleve al apartamento y llegamos hasta la cama, donde deje aquella erección, le hice el amor con la fuerza de aquel joven de dieciséis años que fui, como animal salvaje, fue hasta ese momento que me preguntó el nombre y le
Dije; —Me llamo Guillermo ¿Y vos? —Gabriela. Como la que había creado en los poemas, me dije en voz baja.
Se escuchaba tan hermoso que el sol entraba por la ventana e iluminaba la habitación al ritmo de la armónica, eran como las 6:15 de la mañana, hora propicia para recibir malas noticias, del año donde los alimentos se habían escaseado y por lo visto las novias también porque yo seguía soltero en mi cama.
Mire por la ventana y estaban rodeados por los niños que iban para la escuela y solo se detenían para aplaudirles por tan maravilloso sonido, el viejo ya tenía la cara marcada por todos los lugares que había recorrido con la armónica.
La armónica tocaba lo que el viejo pensaba como algo automático. Salí inmediatamente para ver la joven y saber si era la mujer que había estado escribiendo, era ella, de cabello rubio con labial color carne exhortándome a besarla, de ojos color miel con la figura de la tinta con la que había diseñado cada poema.
Les pedí que tocaran La Canción más hermosa del mundo de Joaquín Sabina, sonrieron y comenzaron a cantar, hasta desbordarme el alma. Al terminar me tomó de la mano y me beso mientras el viejo seguía tocando la armónica.
La lleve al apartamento y llegamos hasta la cama, donde deje aquella erección, le hice el amor con la fuerza de aquel joven de dieciséis años que fui, como animal salvaje, fue hasta ese momento que me preguntó el nombre y le
Dije; —Me llamo Guillermo ¿Y vos? —Gabriela. Como la que había creado en los poemas, me dije en voz baja.
La miraba todos los viernes por las mañana con la misma belleza de siempre, con su voz maravillosa, en la misma esquina, en la misma cama dedicándole poemas en cada beso, hasta que ella decidió emigrar hacia estados unidos no se que será de Gabriela pero yo sigo aquí esperándola con cientos de caricias.
Meses después recibí una llamada a las 5:00 de la madrugada como para ponerme a pensar de nuevo con las malas noticias a esa hora pero era Gabriela la chica que armonizaba el ambiente de aquel barrio gris, ahora está cantando en las esquinas de New York talvez muy pronto sea una cantante conocida por todo el mundo, mientras tanto yo seguiré aquí escribiendo mujeres en cada poema.